Siete
perros penosos y rastreros lamían las tripas que su amo había rasgado,
de ellas colgaban los restos, los líquidos internos que en viscosos
borbotones y desgarros lamían gustosos los siete perros, de aquello que
decían proteger estas bestias se alimentaban, desgarrando, pervirtiendo,
infectando todo aquello que decían salvaguardar.
Salvajes bestias
protegidas por el pestilente poder, el poder que tiene un amo
despiadado, que incrustado en su malogrado poder, queda expuesto siempre
como bestia inmunda e inhumana que es..
Curiosa
la contradicción, que ponen ante la vista de uno al juntar símbolos de
diferente ideología, cuando no para ahí la difusa cronología, de aquel
que siendo perrillo de las circunstancias aprende de un modo confuso la
manera de ocultar.
Pues ocultando su negligencia aparente quizá se
sienta más corriente y a su manera, y la manera de cada uno es la que
queda y expresa. Vienen luego esas cosas llamadas imposiciones, como si
fueran contradicciones opulentas de rencor mal avenido, cuando la marca
del que empuña la daga y sustenta la balanza está clara.
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